Eckhart Tolle, en su libro “Nueva Conciencia”, nos recomienda visitar de vez en cuando los cementerios como meditación, para ver el final de las formas de la persona, con todos sus deseos, sus temores, sus dramas y sus ambiciones. Nos recomienda visitar los cementerios por lo menos una vez al mes, porque allí se contempla lo transitorio de las formas, para encontrar en uno lo que no tiene forma, lo que no es un objeto. Y que allí adentro, nos dice, por encima de la mente, lo que somos. Vamos viajando en un artefacto terrestre por el espacio, alrededor del sol. La Luna nos sigue, y nos influye, lo mismo que todo el cosmos. Si nos paramos un poco más arriba, luego de que pasemos por el cementerio, veremos casi claramente que somos un átomo del cosmos. Y si del cementerio pasamos a la Vía Láctea, y nos ubicamos al final de la cola de esta constelación en espiral, prácticamente desaparecemos. No lo dice la lógica. Claro que nuestra mente, en aquella parte donde se ubica nuestro ego, nos dice lo contrario. Ella quiere ver solo en el ahora los objetos, las formas, y detesta pasar por el cementerio. ¿Un helado? ¿Un postre? Bueno, también un ser hermoso con buenos aditamentos corporales. Y es precisamente allí donde perdemos la cabeza. Nuestra mente sufre una catarsis inversa, y se destruye lo que es trascendente. Toda la realidad no objetiva desaparece frente a los manjares que nos brindan las formas de la vida material. Y quedamos de la mano de Tirofijo y la violencia. Vemos cómo unos terroristas sin alma, le dan una bomba a un niño para que le lleve el regalito a la policía. No, no crean que esto es mentira. No, es tomado del periódico. Es un hecho real. También leemos que a un esmeraldero le han puesto una trampa con ametralladoras y bombas. ¿Será que es rico tener bienes materiales? No, no es rico. Es lo contrario. Es un grave peligro para la vida familiar. No digo que haya que estar rezando el rosario y yendo a misa. Ambas cosas sirven muy poco, cuando los terroristas actúan. Ellos no tienen ningún tipo de óbices que les lleve al alma el sentimiento. Ellos no pasan por el cementerio. Viven apegados a los objetos. No trascienden. Son inmensamente infelices en su interior. Porque en la parte exterior conservan una mueca que les permite pasar por encima de la autoridades, de la ley, pero también de la moral y la ética.
Ellos no van al cementerio del que habla Eckhard Tolle, ni les importa volver los ojos para mirar esas entrañas, que son miasmas de sus actos. Es decir, tienen un temor de ver su propio desastre. Y en definitiva, creyendo que tienen todo, no tienen nada. Porque si miramos esa vida pasajera, que viaja en un aparato volador que llamamos tierra, se asemejan a un aerolito que viaja por el cosmos infinito en busca de su fin. Es un fin material. Una explosión de materia. Una forma o un objeto, finito y corruptible por lo perecedero, del que no queda ni el recuerdo, fuera de los anales policivos.
De ellos nada trasciende, debido a que lo único que puede trascender en la vida, tiene que ver con el espíritu, con las formas que no se ven, y que son de lejos, las únicas que le permiten al ser humano vivir con un grado superlativo de felicidad interna, fundada en el amor puro, que está presente siempre y le permite ir al cementerio semanalmente, para llorar con felicidad, este presente que nos han legado, como escalón, para llegar a la sonrisa perfecta, la que está presente siempre, la que no se acaba ni con la muerte, la que llora sin llorar, y ríe con esa alegría sublime que tienen los niños, con su conciencia pura, y su inocencia, aquella que tienen los seres recién hechos por Aquel que nos ama, con gratuidad y amor infinitos.
Pero estos temas se traen a cuento y se piensan siempre alrededor de la violencia. Tratando de convencer al mundo de eliminarla de la vida. ¿Qué queda de la violencia? Aquí donde estamos y en el mundo, no aparece otra verdad más siniestra y absurda que el resultado su acción, que ocurre diariamente. Lo podemos comprobar en el día presente, pero parece que el ser humano cree que es imposible dominarla. Nunca la violencia se exterminará, si partimos de la base de creer que el violento es inocente. Que no tiene cura. Y disculpamos a los violentos con la creencia de que ellos están en ella, porque el mundo es injusto. Por eso el consejo de Tolle es valedero. Deberíamos aprobar una ley que obligara a todo el mundo a pasar por el cementerio, no para asistir a los entierros, sino para meditar, para pensar que los objetos y las formas, son perecederos, y que lo único válido es trascender, para poder despegar del aparato tierra en que viajamos, a un sitio más allá del cosmos. Cosmos que nos parece infinito, pero que es pequeño frente al espíritu. Así de simple.
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