lunes, 22 de marzo de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 23

A alguien lo oí hablar sobre la imitación de Cristo. Pensaba que NO sólo se trata de imitarlo. Al comienzo de la Edad Media era imposible, porque se trataba de presentar a Jesús como Dios. Y al ser humano por su condición materialista y débil, le queda muy de para arriba imitar a Dios. Luego del Renacimiento se trató de aterrizar la figura de Cristo. Volverlo hombre. Inclusive se descubrió que la Pasión que sufrió era más valiosa, si Jesús era hombre. Hubo varios estudios al respecto. Para resumir llegamos en nuestra época a La Pasión de Mel Gibson. Encontramos allí a Jesús como hombre, escarnecido por hombres.
Miremos como lo hace Gibson: ésta película cuenta sus últimas doce horas, desde el momento que acude al Monte de los Olivos, hasta la Última Cena, donde es traicionado por Judas, siendo arrestado y llevado a Jerusalén para ser juzgado y condenado por los fariseos. Jesús es llevado ante el Gobernador de Palestina, Pilatos (Ivano Marecotti), quién pone la decisión en manos del pueblo, dándole la opción de elegir entre liberar a Jesús o al asesino Barrabás. El pueblo lo condena con la muerte y debe sufrir además de humillaciones y castigos, ser crucificado. Allí se verá ante su última tentación, el temor de ser abandonado por su Padre. Este filme tan polémico y controversial está filmado en los idiomas originales: arameo y latín.
Esto fue muy polémico, porque se humanizó hasta el extremo de mostrar en exceso lo que somos, como humanos, cuando nos despojamos del corazón, y asumimos el odio como el máximo placer para desarrollar nuestra maldad. Lo terrible que somos. La violencia que desarrollamos hasta un extremo que sacude a la más perversa razón, al más ignorante de los ignorantes. Hasta llegar uno a sentir odio por el odio. Esos azotes que le sacan a Jesús su carne, entre las risas de los soldados romanos, producen algo más que náuseas.
Y María que permanece silenciosa, sufriendo al máximo sin protestar, muestra una dignidad que pasa por encima de la soberbia romana, y la maldad de su pueblo judío. San Pablo en la epístola a los filipenses, concreta lo que Jesús piensa como ser humano, que pasa por encima de todo lo material, allí donde el odio y la maldad son lo que son: basura de los hombres, que utilizan la violencia para creerse lo que nunca han sido: líderes del mundo. Cuando de verdad se deben llamar terroristas, protegidos por otros terroristas solapados, que en Colombia, y en el mundo, conocemos muy bien.
Esos terroristas sufren en su alma una enfermedad mortal. Se les forma en su interior un bloque de acero que no los deja ver. No miran su propia podredumbre. Ni sienten los miasmas donde están parados. Por eso no les inspira nada el profesor Moncayo, que lleva doce años esperando a su hijo secuestrado. En Cuba, reprimen a las damas de blanco, por la protesta que hicieron al cumplirse el séptimo aniversario del encarcelamiento de 75 disidentes cubanos, cómo si eso fuera un desatino, cuando es un acto de compasión. Y en la frontera, colombianos y venezolanos cumplen años de bloqueo, sin que del lado de Venezuela importe, porque frente al Imperio, hay que presentarse desunidos, para que el Imperio siga mandando.
Finalmente, hace 65 años, uno de los exponentes más grandes del odio mundial, se suicidó en su búnquer. Dejaba atrás 55 millones de muertos, entre ellos 6 millones de judíos. Y la pregunta que uno se hace ante Hitler y todos estos terroristas,.), (Hitler lo fue porque empleó la fuerza para llegar al poder: resaltando el nacionalismo alemán, el militarismo, el racismo, la llamada preservación de la raza aria, el pangermanismo y la anexión o recuperación armada de territorios europeos perdidos luego de la Primera Guerra Mundial por el Imperio Alemán).
A pesar de todo, hay una manera de quitarse ese bloque de acero que deja el odio y la violencia, y lo puede hacer, cualquier persona con dos dedos de frente. San Pablo en filipenses 11-13, dice: “Quiero que sepáis hermanos que lo que me sucedió, (estuvo preso por los romanos), ha contribuido más bien al progreso del evangelio. De tal forma que se ha hecho público en todo el Pretorio (la cárcel romana), y entre todos los demás, que me hallo en cadenas por Cristo. Y la mayor parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis cadenas, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor la palabra.”
Eso pasa con la fe en Jesús. No es imitarlo a Él. Es ser como Él. No se trata de una copia, se trata simplemente de ser como Jesús. Somos “jesuses” y ni Chávez, ni Fidel, ni Hitler cambian en un ápice el corazón que nos hace felices, aunque estemos en la cárcel, o sometidos en una dictadura. Nada puede encarcelar el alma. Somos libres, y siempre lo seremos, cuando tengamos la determinación de estar en la fe. Eso no lo supera nadie, ni siquiera cuando estemos frente al pelotón de fusilamiento.

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