viernes, 27 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 69

MORIR BIEN Y SIN VIOLENCIA
Soygal Rimpoché nos cuenta una historia en su libro tibetano de la vida y de la muerte, que vale la pena traer a cuento. Dice textualmente:
Permíteme que te cuente una historia que me contó la hermana Brigid, una monja católica que trabajaba en un asilo irlandés. El señor Murphy pasaba de los 60 años cuando el médico le anunció, a él y a su esposa, que no le quedaba mucho tiempo de vida. Al día siguiente, la señora Murphy fue a visitar a su marido al asilo y se pasaron el día hablando y llorando. Durante tres días la hermana Brigid vio hablar a la pareja de ancianos y romper con frecuencia en llanto, hasta que empezó a pensar si no debería intervenir. Sin embargo, al día siguiente los Murphy se mostraron muy relajados y serenos, cogidos de la mano y dándose grandes muestras de ternura.
La hermana Brigid detuvo a la señora Murphy en el pasillo y de preguntó qué había ocurrido entre los dos que justificara aquel cambia tan notable de comportamiento. La señora Murphy le explicó que, al saber que su marido iba a morir, repasaron todos los años que había vivido juntos y les vinieron muchos recuerdos. Llevaba casi cuarenta años de casados, y naturalmente sintieron una enorme pena al pensar y al hablar de todas las cosas que ya nunca más podrían hacer juntos. A continuación el señor Murphy redactó el testamento y escribió sus últimos mensajes a sus hijos ya adultos.
Todo ello resultó muy triste, pues se hacía difícil dejar de aferrarse, pero siguieron adelante porque el señor Murphy quería terminar bien su vida. La hermana Brigid me contó que durante las tres semanas que vivió el señor Murphy, la pareja irradiaba paz y una sencilla y maravillosa sensación de amor.
Aún después del fallecimiento de su marido, la señora Murphy siguió visitando a los pacientes del asilo, donde era fuente de inspiración para todos.
No hay que hacer un esfuerzo mental muy grande para conocer qué pasó, que cambió todo. Es fácil: el enfermo y la familia conocieron la verdad y resolvieron vivirla con serenidad. Aceptaron la muerte, porque todos vamos para allá, y resulta absurdo desconocer la verdad. Nada se saca. Y en cambio hacer de la muerte una despedida llena de cariño, como lo hicieron los Murphy, despierta entre propios y extraños una ternura y una compasión extremas, como las que sintieron todos en el asilo, junto con la hermana Brigid.
Hay que grabarse en la mente que todo en la vida es impermanente, todo se acaba, todo se transforma. Este texto lo escribo celebrando el segundo centenario de la independencia de Colombia, en el año 2010, sabiendo que en el primer centenario, en 1910, Bogotá tenía 100.000 habitantes, y ahora 7 millones. Con nuestros muertos pasa parecido, porque todos podemos hacer un balance de bajas, y un volumen de historias y recuerdos. Y nos damos cuenta que irse, no es preocupante. Lo que nos preocupa es lo que dejamos, lo que va a quedar. Quisiéramos que todo cambiara. Que la gente, como la familia Murphy, viviera abrazada con cariño, pensando que el adiós es más verdadero, más lógico, más cerebral, más rico, más cierto, cuando aprendemos a llorar lo mismo que a reír, de lo que es esta vida pasajera.

lunes, 23 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 67

OJO POR OJO
Copio textualmente lo que he recibido de Jaime Ronderos, mi pariente y amigo, quién semanalmente me comenta el evangelio de Jesús, y como este tema toca de lleno a nuestro propósito de no entender, ¡por qué diablos!, el ser humano no ha logrado vivir sin violencia. Dice Jaime:
Le doy gracias a Dios por permitirme estar con ustedes un domingo más: ¡¡¡Feliz día del Señor!!! El tema de nuestro estudio de hoy consignado en el Sermón del Monte es acerca del “ojo por ojo”; es acerca de la venganza. Leamos el texto en Mateo 5: 38-42: “Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.” ¡¡Interesante reto este pasaje ¿no es verdad?!!
Algunos, con el solo hecho de leer estas palabras, pueden sentirse tentados a cerrar esta página de su correo y pasar a otra. Sin embargo, el Señor quiere llamar hoy a las puertas de nuestro ego, al que estamos acostumbrados a defender muchas veces como fieras, cuando somos o cuando nos sentimos agredidos, diciéndonos: Existe otra posibilidad de respuesta humana a la violencia, diferente al pago de agresión por agresión, de ofensa por ofensa, de golpe por golpe.
En este orden de ideas, Jesús inicia su planteamiento, partiendo de lo que, desde siglos atrás se había escrito sobre el tema en el Antiguo Testamento por Moisés, dándole la interpretación correcta, ya que venía siendo tergiversado por los ministros de las épocas posteriores. Se trata de lo consignado en Éxodo 21: 24; Levítico 24: 20 y Deuteronomio 19: 21. Veamos Éxodo 21: 23-25 “…..pagarás ojo por ojo; diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.” Levítico 24: 19-20: “El que causare lesión a su prójimo, según hizo, así le sea hecho: Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. Sufrirá en carne propia el mismo daño que haya causado.” Deuteronomio 19: 16-21: “Si un testigo falso acusa a alguien de un crimen, las dos personas involucradas en la disputa, se presentarán ante el Señor, en presencia de los sacerdotes y de los jueces que estén en funciones. Los jueces harán una investigación minuciosa, y si comprueban que el testigo miente y si comprueban que es falsa la declaración que el testigo ha dado contra su hermano, entonces le harán a él, lo mismo que se proponía hacerle a su hermano. Así extirparás el mal que haya en medio de ti. Y cuando todos los demás oigan esto, tendrán temor y nunca más se hará semejante maldad en el país. No le compadecerás. Cobra vida por vida, ojo, por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.”
¿Cuál era el propósito, el sentido de esta ley dada por Dios a Su pueblo? ¿Quiénes eran los llamados a ejecutar el cumplimiento de esta ley? ¿Las personas agredidas por su propia mano, o los jueces encargados de impartir la justicia?
Si prestamos atención el sentido; el espíritu de esta ley era limitar el castigo a lo que fuera justo. Su intención era asegurar que el castigo en los casos civiles fuera adecuado según el crimen. ¡Nunca tuvo en mente justificar actos de venganza personal!, que fue la interpretación falsa que con el tiempo empezó a dársele.
Es por esta razón que Jesús, en uso de Su autoridad como Hijo de Dios, aclara esta situación con su reiterado: “Han oído que se dijo a sus antepasados…… por yo les digo…” Y a partir de ese momento empieza a referirse a la actitud que debemos tomar como individuos cuando somos agredidos por otro. Queda claro entonces, que una cosa es la labor de la ley, que busca la equidad; que se haga justicia a través de los jueces encargados para esta labor, y otra cosa es lo que el Señor nos llama a albergar en el corazón, frente a nuestros agresores. Si se está cometiendo una arbitrariedad contra “nuestra vida, honra y bienes”, como dicen las leyes, es a estas a las que debemos acudir. Las autoridades son puestas por Dios para impartir justicia. Pero, ¿Qué hay de nuestro corazón? ¿Qué se aloja en él frente a nuestros agresores? ¿Cómo manejamos esta realidad? ¿Cómo manejamos esa tendencia natural a odiar, cuando nos sentimos odiados, a agredir el doble al que nos agredió, a desear venganza más que justicia???
Es a esto a lo que se está refiriendo el Señor en este pasaje. Mirémoslo nuevamente: “No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa”. Aquí, no nos está diciendo, déjense golpear, déjense robar, dejen que el ambicioso tome posesión de lo que les pertenece. Más bien, nos está llamando a no enredarnos en el conflicto estéril de pagar agresión por agresión, golpe por golpe, mal por mal. A dejar al conflictivo, al agresivo, peleando solo. Al ambicioso ambicionando; y nosotros, más que ambicionar a la par de él, poder estar tranquilos en la seguridad de que estamos en las manos de Dios, recurriendo, por su puesto, a la ley, que entre otras viene de Él, cuando sea necesario, pero descansando en Su poderosa voluntad, en la certeza de que todo lo que pasa, hace parte de un plan; un plan divino trazado para acercarnos a Él, si contamos con la fe necesaria para ver las cosas de esta manera.
Ignorar la agresión, en lugar de retornarla; devolver en lo posible bien por mal, tiene mucho más poder, impacta mucho más al mundo, que el devolver mal por mal. La parte final del pasaje dice: “Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.” Muchas veces nos vemos obligados a prestar un favor sin el deseo o la motivación de hacerlo, entonces lo vemos como una pesada carga. El llamado del Señor es a hacerlo, poniéndole el doble de energía de la que sentimos que podemos dar, partiendo siempre de una disposición permanente a servir: “Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.”
Podemos concluir de este pasaje dos cosas:
1. Debe ser un empeño permanente, librar nuestro corazón de esa tendencia natural a la venganza, a la pelea, al conflicto, a pagar doblemente mal al que nos hace mal. A temerle al ambicioso, volviéndonos muchas veces más ambiciosos que él. Recordemos que estamos en las poderosas manos de Dios quien es el que juzga y define la disciplina necesaria sobre los agresores y ambiciosos, en Su tiempo; no en el nuestro. Recordemos que todo lo que nos pasa hace parte de un plan conducente a acercarnos cada vez más a Él, pero eso sí, si contamos, como lo decíamos arriba, con la FE necesaria para buscarlo.
2. Estar siempre dispuestos a servir a los demás en lo que podamos, así en determinados momentos no tengamos las ganas o el ánimo para hacerlo; así tengamos que duplicar nuestras energías en el proceso.
Gracias a Jaime por sus consejos… ¡cambiaría el mundo si los siguiéramos? Creo que sí…. ¡Adelante pues!

sábado, 21 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 66

EL BICENTENARIO
Doscientos años no son nada. Mirando otras civilizaciones nos parece que somos recién nacidos. Pero cuando abocamos el tema “jartísimo” de la violencia, encontramos la misma característica del ser humano, desde Adán hasta el siglo XXI. Seguimos en la misma vaina, y no encontramos un ejemplo que nos pueda iluminar el horizonte, para dejar este tema tan jarto.
Encontré en el “Diario de la Independencia” de José María Caballero una ilustración apropiada de las circunstancias de vida en 1810, por este personaje que nació probablemente en 1750, y murió al parecer antes de 1820, y a quién se le ocurrió escribir un diario, donde contaba tal cual y con cierto humor los acontecimientos de su época. Por desgracia fue censurado poco antes del primer centenario, cuando se publicó por primera vez en 1902, y se le quitaron las páginas del 20 de julio de 1810. ¡Qué pendejada!
Claro está que no es lo que nos imaginamos hoy, pues pasa de la independencia al coloniaje como una veleta, que no tiene aún una orientación definida. Pasa de festejar la posesión de Fernando VII, en 1808, a echar mueras al Rey. O bien, a criticar al “Longanizo”, como le decían a Bolívar, a ponderar sus triunfos.
Pero veamos cómo es el diario de Caballero con ejemplos concretos, no sólo de la forma como escribe, sino la manera como lo detalla: “1813. Viernes 5. Buen día. Esta tarde se deja ver hacia la parte del poniente un lucidísimo y particular horizonte, que en la hermosura de su luz competía con el día más claro; duró hasta las siete de la noche”. Caballero define su libro como: “…varias noticias particulares que han sucedido en esta capital de Santafé de Bogotá, Provincia de Cundinamarca, sacadas de varios cuadernos antiguos, desde el año 1743, arreglado lo posible en este año del Señor de 1813, tercero de nuestra transformación política, y primero de nuestra independencia absoluta, con algunos de los que han muerto en estos años y lista de virreyes y arzobispos, alcaldes y varios acontecimientos, por el ciudadano José María Caballero, subteniente de milicias de infantería de esta capital”.
Caballero habla de un temblor, posiblemente en 1819, citando a un cura de Fómeque, de lo que ocurrió en su parroquia en 1743: “…comenzó por debajo de la tierra un ruido tan grande que no se puede explicar su estruendo… cada uno de los terremotos grandes duraba el espacio de un miserere…”
En mayo de 1816 escribe: “… arcabucearon a un negrito que se llamaba Manuel María, por haber tenido una pendencia con un español y haber dicho que era patriota. (¡Alerta, que el ser patriota es delito de muerte, pero yo lo soy y lo seré aunque pierda la vida!)”. En 1818 escribe: “¡Así se cumplen los indultos generales, despedazando cruelmente el pecho tierno de esta heroína, de esta mártir de la patria, de esta constante e incomparable mujer!”, afirma hablando de Policarpa Salavarrieta.
Por esa misma época arcabucearon en la Huerta de Jaime, a tres negros y dos blancos, entre ellos a un tal Vásquez, del Socorro; después los colgaron en las horcas. “En el mes de julio también arcabucearon a Molano, chircaleño, que tenía buenos tejares. Cuando lo prendieron hicieron que su mismo hijo lo amarrase y lo trajese de diestro hasta la cárcel. Después de muerto le cortaron la cabeza y lo descuartizaron. La cabeza la pusieron en San Diego y los cuartos traseros en los demás caminos de San Victorino, Las Cruces y Santa Bárbara. Lo llamaban Juanchito Molano.”
Lo que hace importante a Caballero consistió en que por su posición, podía mirar tanto a los altos españoles y chapetones criollos, como a los pobres, a muchos de los cuales menciona con sus nombres.
En septiembre de 1818, Caballero cuenta que entró el capitán de fragata, don Juan José Pando y Sanllorente, el que traía los pliegos para lo que se había de hacer, tocante al juramento de Fernando VII como rey. Se hizo la reunión del virrey y oidores, se dijo misa de gracias al Espíritu Santo, y “…salieron todos ya con escarapela en el pecho, con la figura de Fernando VII”. Desde ese día comenzaron a usar la escarapela los clérigos, las monjas, monaguillos y colegiales. Los seglares en el sombrero y las mujeres en el brazo izquierdo y en los sombreros.
Pero además de que se amaba la independencia, y se respetaba la imagen del rey Fernando, las noticias llegaban tarde. Por ejemplo se lloraba por la prisión de María Antonieta, cuando ya le había cercenado la cabeza. Julio Flórez, (1867-1923), chiquinquireño, decía que todo nos llega tarde, hasta la muerte, en alusión a un contexto que no tenía la velocidad que tienen las noticias actualmente.
Entonces, hay que tener presente que la independencia nos llegó lentamente, inclusive festejándola al tiempo con el rey. Y aún hoy, nos falta para ser independientes, con raíz en la tierra y conscientes de la naturaleza que tenemos.
Pero es triste saber que todo nos llega con la violencia. Dice Gabriel Restrepo, quién presenta el libro de Caballero: “La independencia más allá de sus pasajes normales, abunda en terror, y no sólo por el momento de la reconquista, llamada así la época del terror. Colombia no es descriptible sin mencionar el terror: el de la conquista, el de la independencia, el de tantas guerras. Pasión pura”. Quién sabe hasta cuándo andaremos errados en nuestra relación con los demás. Sin mirar a nuestro interior. Sin conocer el amor puro. Sin el deber como colombianos de amarnos de verdad, conscientes de la naturaleza que recibimos. Entre otras cosas, la más diversificada del mundo, con tres cordilleras, seis vertientes con toda clase de flora y fauna. Dos valles, el del Magdalena y el del Cauca. Unos Llanos Orientales inmensos. Y una pluralidad en raza y cultura maravillosas. ¿Será que seguiremos pensando en el rey de España? ¿Será que nunca vamos a usar la compasión, el amor por lo propio, el tener raíz en nuestra tierra? Seguramente, lo hagamos cuando aprendamos a vivir felices… y nos quitemos la escarapela que inconscientemente aún la llevamos en el alma.

miércoles, 18 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 65

LA GOTA DE AGUA
Hay muchos temas que han venido de Oriente a mejorar nuestro interior dolarizado y materialista. Pero hay uno que no he podido digerir bien. Se trata de la reencarnación, tema que encontré en El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, de Rimpoché. Me imaginaba encontrarme con alguien hablándome de sus 14 reencarnaciones, que había consignado en 14 extensos volúmenes, mientras yo lo miraba como un bobo, o mejor, como un imbécil, sin entender lo imposible.
Y yo, luego de sacudirme lo que tengo de pendejo, me supuse lo que viví de niño, precisamente viendo a uno de ellos que estaba cerca mirando algo que él no había visto en la vida: una gota de agua, imagínense. O la llama de una vela. O una hormiga. En fin. Uno nace sin saber nada de nada. Inclusive uno aprender a sentir dolor, hambre, reír, todo… por primera vez. Luego hay algo incontrovertible en el inicio de la vida, que podríamos llamar el primer karma. Lo que queda luego de haber cogido la gota de agua o metido el dedo en la llama de una vela, para ver qué es eso tan raro.
Bueno, me dije para mis adentros, dejemos la reencarnación para cuando ocurra, y no antes. Y menos hablar de ella, inventando un cuento. Dejemos pues a los Orientales con su tema. Porque el nuestro es ahora. Cuando tenemos que partir de la gota de agua. Rimpoché nos trae para ello la necesidad de un maestro. Es decir un maestro que sepa, o que haya sentido lo que es una gota de agua o la llama de una vela, para que nos diga cómo es la cosa.
Para los cristianos el maestro es Jesús. Ahí está Él. Es muy simple: Amad a los enemigos… y si no los perdonamos, no entraremos en el Reino de los Cielos. Son apenas dos experiencias que muchos viejos no hemos podido experimentar, porque no tenemos interior. Bueno, interiores sí, pero interior no. Me refiero a eso que aparece cuando cerramos los ojos, y nos sentamos quietos y respiramos concentrados. ¡Ah! ¿Ese es el interior? Sí, ese es. No lo puedo creer, pero es así. Los Orientales lo descubrieron hace tiempos. Diría que milenios. Pero los Occidentales no.
No me explico a qué se deba. Es posible que el culpable sea Descartes. Cuando todo lo reducimos a pensar: Pienso luego existo. Hace una referencia muy personal, y como el subconsciente es más grande que el consciente, se quedó la cuestión en pensar dentro de los límites materiales que maneja el subconsciente. Como son las sensaciones, el hambre, el sexo, la furia, el resquemor, la envidia, comer impulsivamente, tomar trago, droga, en fin.
Y el caso es que no hemos mirado desde nuestro interior una gota de agua por primera vez. Nuestro maestro Jesús nos avanzó, nos llevó muy lejos. Pasó de las cosas simples, como la gota referida, al perdón.
Rimpoché agrega a la necesidad de tener un maestro que nos encamine, el hecho de tener devoción y respeto por lo que dice nuestro maestro. Traducido a una palabra más cierta, la devoción es el amor puro por la palabra de Jesús. De manera que no solamente es leer la Biblia, sino que leída, penetre en nuestro interior, a esa parte de nuestra mente que llamamos consciente, y que a nuestro subconsciente Occidental le parece espantoso. (¿Perdonar al enemigo? ¡Guuaaaooo!)
Y ahí está el origen de la violencia. Se origina porque contradice el sentido de la vida, cuando es un bien sagrado y no, un miasma de odios, y presunciones, que se dan en el subconsciente cartesiano, individualista, amante de lo material. De espaldas a la naturaleza, que es lo mismo que estar de espaldas a Dios, el Creador. Aquel que hizo todo, y que nos mandó un maestro para que manejara nuestro interior, lejos del consumo y la globalización, pues por su importancia llegamos con ese interior a la verdadera felicidad de amarnos, sin cortapisas, ni arandelas. Dentro de lo que Él llamó la palabra, que es el camino y la vida.
Desde luego, no todo es negativo en Descartes, claro. La paz del mundo reside en la formación interior, y para ello tenemos que acudir a pensar, luego existo. El único detalle importante para lograrlo, es cómo encontrar los valores en nuestro interior, y no afuera, donde está lo finito y corruptible. Sentir el alma unida a nuestra naturaleza, y cuando abramos los ojos, nos encontremos con la otra naturaleza divina: una flor, una ave, un cielo, una nube, un río y una mar.

sábado, 14 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 64

Han transcurrido dos o tres siglos de la Revolución Francesa, que acabó con la monarquía, y con el hecho de ser los hombres y las mujeres, súbditos reales. Aquí en Colombia, hasta la Independencia, hace dos siglos, éramos súbditos, y nuestras tierras eran realengas, es decir, que el propietario de ellas era el Rey de España. Estábamos sometidos por los españoles puros y los criollos, descendientes de estos, para gobernarnos. En resumen breve: no teníamos tierras, éramos súbditos, y nos gobernaban los extranjeros. Éramos nadie, en resumen.
Al llegar la libertad con la Independencia, nuestros gobernantes ignoraron gran parte del tiempo el hecho de ser libres, y además, a los colombianos con sepa, ancestros y una cultura milenaria, eran nada. Los criollos españoles, (como Camilo Torres Tenorio), se hicieron al gobierno y no sólo se quedaron con las tierras, ahora propiedad privada de cada quién, sino que miraban lo propio como nos miraron nuestros colonizadores, es decir: el colonialismo Eurocentrista que miraba a Europa como la cultura para imitar. Lo nuestro no valía nada.
Dejaron de lado nuestra cultura milenaria, y fue hasta 1992, cuando tuve la oportunidad de entrevistar a dos paeces de Tierradentro, que sentí lo que es ser colombiano de sepa. Dejé mi ancestro urbano y miré la naturaleza como la miran ellos: la madre naturaleza. Es ese Dios interno que nos maneja con las nubes del cielo, las aves, las flores, los árboles, y toda la vida que tiene ella en actividad permanente, y que los habitantes de Bogotá olvidamos, por estar siempre entre edificios y calles asfaltadas.
Esa fue la cura que me inventé, luego de mirar los noticieros en la radio y la televisión, al término de los cuales termina uno con el alma echa un zurrón de ropa sucia. Salía y caminaba hasta pasar por debajo de un fresno florecido, lleno de flores amarilla. Y le decía al Eterno: ¡Dios mío, le amo y ya! Luego, le explicaba al Abba Padre que significaba el término: ¡Y ya! Le explicaba que así hablaba mi nieto Pablo de 6 años, cuando se le declaraba a su madre: ¡Mami, yo te amo, y ya! Significaba esa sabiduría de los niños, que no tienen letra menuda para hablar y explicar sus sentimientos. Es sentir de verdad y sin un mínimo de duda, expresarlo.
Cuando hablamos de violencia nos acordamos de eso que los infantes nos enseñan, sin arabescos, sin figuras bizantinas, sin socialismo marxista, sin medios violentos de lucha, lo que es el amor, dentro de una ideología transparente y lisa. Aquella que nos hace felices, con nosotros mismos y con todos los demás… Los resentimientos no existen, ya no se hacen suposiciones, ni se toma lo uno por lo otro, es lo que es… ¡y ya!
Cuando entenderán nuestros terroristas que el amor puro existe, y que la vida es sagrada, más allá de toda ideología. Y que la vida, además, es para ser feliz de verdad, sin camuflado, sin botas pantaneras y sin armas, y sin estar preso en la selva, y tener el alma en medio de la impermanencia, esperando el paso a la trascendencia de estar por fuera del tiempo y el espacio, en unión con Dios, como Él quiere que seamos: Hombres libres, sin atajos, sin heridas, sin otra cosa que no sea el espíritu del amor puro, permanente, sin término y siempre presente.
Hablando con mi nieto Pablo, del hombre libre, luego de examinar tanto nuestros derechos como nuestras obligaciones, llegamos a una parte que a él le interesó muchísimo: el interior. Ni idea que existía el interior me dijo. Y se puso a trabajar en ello. Encontró, me contaba luego, que allí tenía 11.000 vírgenes. ¡Es que me fascinan las mujeres! Pero son espíritus, sin traseros y pupuruchas. Ellas me saludan diciendo: ¡”Jey” Hítler! Y él les preguntaba por qué lo hacían, y su respuesta era que todas a una, pensaban igual a él, sin arandelas. Y había allí otras mujeres siempre, su extinta abuela, que él no conoció porque murió antes de su nacimiento; Lina Marulanda, una vieja chusquísima que se botó de un sexto piso; Zoila, en silla de ruedas siempre, porque nació con elefantiasis en los pies, y Noyud, una niña de Yemen de 10 años divorciada… ¿Todo eso?, le pregunto, y Pablo me dice con una sencillez increíble, que él ya tiene vida interior, y que lo acompaña siempre la música que transmiten todo ese montonón de gente. Es como un costurero permanente, sólo que sin chismes y habladurías.
Entendí, me dijo un día, que es verdad lo que dijo Gandhi: que el cumplimiento de las obligaciones, es lo que genera los derechos. “Y me despido, abuelo, porque ahora tengo que trabajar”. Le había sonado el BlackBerry y en la TV estaba su serie favorita.
Me iba a sentar con él, cuando salió como un volador sin palo… sonaban afuera de la casa unos gritos, y alguno había gritado: “¡Goooool!”.

miércoles, 4 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 63

Estábamos en la selva amazónica, la más feraz del mundo. Moscos y animales nos rodeaban. Menos mal las culebras estaban en el río, y sabíamos que sólo volverían hasta la tarde. Cano me miró con ojos de cordero degollado. Parecía que todo lo que había hecho en su vida era un fracaso. Que ya no valía la pena seguir… Yo no sabía qué decirle. Estaba ahora encargado de poner las minas quiebra patas a la entrada de aquel sitio, que habíamos limpiado de selva, y tenía que llevarle a Matías las bombas, para atacar el puesto de policía del pueblito cercano, con el grupo que él comandaba.
Yo no supe qué decirle. Parecía muy envejecido, y el desaliento le invadía todo el cuerpo. Cuando volví a mirarlo para despedirme, me hizo un gesto extraño. “¡No te vayas!”, me gritó con furia. Quedé paralizado, y luego de un momento me le acerqué para calmarlo.
Él pensaba que yo podía ayudarlo. Me había visto leyendo “El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”, y pensaba encontrar en él una solución a su lamentable estado. ¿Qué puedo hacer, Rodríguez?, me preguntó Cano. Yo levanté los hombros y creo que le dije: ¡Nada! Pero él, que fue a la universidad y sabía algo del Dalai Lama, me inquirió: ¡Tú sabes cuál es mi salida! Y yo, sabía algo que aprendí con Rimpoché, el autor de aquel libro, y de una le dije: Qué sabes hacer fuera de estos menesteres de la guerrilla, y te diré lo que sé… ¡Nada, respondió Cano! Y esta respuesta me conturbó bastante. Me agarré de una rama, y me senté en uno de los troncos.
—Bueno, me dijo luego de un momento. Si hay una cosa para la cual tengo cierto talento: Matar paras, policías y soldados.
— ¡No puede ser! Tú estuviste en la Universidad. Tienes más bases que yo. Si quieres aplicar el conocimiento que tiene este libro que me has visto leyendo, vete a un sitio tranquilo, y mata, no gente de las fuerzas armadas, sino todas tus percepciones. Mata todos los planetas y las estrellas del cielo, por ejemplo, y como dice Rimpoché en el libro, disuélvelos en el vientre de la vacuidad. Mata el espacio de la naturaleza de la mente, mata la selva que tienes en la mente.
Bueno, el me miró asombrado. Lloró un momento tomándose la cara con ambas manos, y luego se internó en la selva. Parecía destrozado totalmente. Hasta caminaba como un viejo octogenario. En 21 días deambuló por toda la selva, regresando al sitio que habíamos limpiado, cada anochecer a meterse en su cambuche sin decir nada, sin mirar a nadie, olvidado de todo.
Él encontró en ese tiempo que su mente estaba confusa y acosada por la duda. A veces me comentó mucho después, la duda es un obstáculo para la evolución humana, incluso mayor que el deseo y el apego. Nuestra sociedad fomenta la inteligencia ingeniosa, basada en viejos principios marxistas, y celebra los aspectos más superficiales, hostiles e inútiles de nuestra lucha armada, basada en medios estúpidos, como matar. ¡Eso es lo que pasa! Se le oyó gritar un día.
Eso lo dijo, luego de que Matías el jefe del grupo, llegó con la noticia que el 20 de Junio del 2010 habían matado 10 policías y dos soldados. Pero que las elecciones no pudieron interrumpirse. Para todos, y por desgracia para Cano, un amigo del Imperio, era el nuevo presidente de Colombia. ¡Carajo!, dijo otro día, ¡estamos en nada! Evo Morales tenía razón: Uribe, el presidente saliente, era el Chapulín Colorado de los gringos. Por eso ganó el Imperio.
Cano, al cabo del tiempo, se presentó en el sitio despejado de la selva, los reunió a todos, y con gran arrogancia gritó: ¡La lucha armada sigue! No hubo poder humano para Rodríguez, este guerrillero que les habla ahora, reconocer que la meditación de Cano no le sirvió para nada. Pero yo si sabía, que la duda, de la que hablamos atrás, sirve en muchos casos para poner en su sitio el corazón humano. Amar fue lo que me quedó, luego de que me desmovilicé. Sabía que Cano no terminaría bien. Pero que yo podía recuperar mi vida, utilizando el beneficio de aquella duda, que abre la mente para hacer lo que toca, y sentir en el interior que podemos tener compasión por el otro, y sobre todas las cosas, por uno mismo, precisamente, para poder dar esa misma compasión a los demás.

sábado, 31 de julio de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 62

El karma de la violencia es lo que nos queda luego de que hemos actuado. Es algo que aparece cuando estamos cercanos a la muerte especialmente, y también cada día que nos sentemos a pensar, y nos preguntemos: ¿qué fue lo que hicimos? Un criminal se preguntará por cada uno de los muertos que hizo. Una meretriz hará un resumen de sus actos sexuales. Un ladrón lo hará sobre el monto que produjo el total de su karma en dólares.
En fin, un repaso generalizado sobre todos los seres humanos, nos mostrará dónde se encuentran aquellos que supieron vivir, los que tienen un karma positivo, y que pueden dormir tranquilos.
Estos últimos se dieron cuenta que todo lo que hay en el mundo es impermanente, o finito y corruptible. Echemos una mirada a nuestro entorno y pensemos que todo pasará. Si hiciéramos historia nos encontraríamos leyendo esa contingencia que tiene todo lo humano, que día a día va cambiando. Imaginémonos que estamos en 1939, antes de la Segunda Guerra Mundial. Luego pasemos a 1945 con la rendición de los Países del Eje. Más allá, ubiquémonos en la Guerra Fría y luego terminemos, para no alargarnos más, con la caída del Muro de Berlín. Cada etapa ha dejado un karma de violencia diferente. Unos mejor que otros, pero todos mal, porque como lo dice Einstein, con un solo ser humano que esté mal, que tenga un karma negativo, nadie se puede sentir bien.
¿Exagerado lo que digo? No, porque el mundo estaría bien cuando todos seamos uno. Un solo idioma, un solo Dios, una sola manera de ver la vida en comunidad, sin diferencias, todos iguales, aunque todos somos diferentes. Iguales en el sentido de que vemos a los demás con el mismo respeto que nos miramos a sí mismos. Bueno… ¿y qué dice Einstein? Veamos:
"Un ser humano es parte de un todo al que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Este ser humano se ve a sí mismo, sus pensamientos y sensaciones como algo separado del resto, en una especie de ilusión óptica de la conciencia. Esta ilusión es para nosotros como una cárcel que nos limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por unas pocas personas que nos son más próximas. Nuestra tarea ha de consistir en liberarnos de esta cárcel ampliando nuestros círculos de compasión de modo que abarquen a todos los seres vivos y a toda la naturaleza en su esplendor."
Einstein explica así nuestros problemas, y lo triste de todo es que casi nadie piensa como él. Piensan que amar al otro es una utopía. Lo llamaríamos iluso. Es decir, una persona que no sabe lo que es tener dólares. Tampoco ser dueño de una mujer hermosa. Un hombre feliz porque tiene carro, casa, beca y electrodomésticos. ¿Es que no nos han dicho que lo importante es tener un interior fundado en el amor puro, y en la comprensión de que somos, dentro de lo contingente, un pájaro que vuela alrededor del sol, con temblores y terremotos? Es la única manera de hacer de nuestra permanencia en la tierra, aquello que nos hace personas conscientes, en el sentido de que estamos de paso, y que la muerte solo es uno de esos pasos, que nos hará trascender a la verdadera vida, como lo dice Einstein, sin las limitaciones de tiempo y espacio; porque, repito, como lo dice él: "Un ser humano es parte de un todo al que llamamos universo”, una parte limitada en el tiempo y en el espacio.
¿Cuándo será ese día? Ojalá que el mundo y su naturaleza alcancen a resistir los daños producidos por la ignorancia del ser humano, individualista y materialista, sumido en su propia hez. Mientras tanto, nos guste o no, estamos en la olla… En unas cuantas décadas lo vamos a sentir así, si no creemos en lo que nos dijo Einstein en el siglo XX.