jueves, 25 de marzo de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 24

Resulta increíble que los Estados no piensen, en qué proporción, son ellos responsables de la violencia subversiva. Ahora en Colombia con los llamados FALSOS POSITIVOS, se vino a descubrir que hay una conexión grave del Estado con la violencia. Es muy dañoso lo que hace la subversión con sus atentados absurdos que a nada conducen. Pero los falsos positivos lo son más, porque ponen a las fuerzas armadas al mismo nivel delictivo de la subversión, y como las cosas hay que llamarlas pos su nombre, se trata de delitos de lesa humanidad, que le hacen un daño enorme al país, y en especial a sus fuerzas armadas, causado por unos pocos miembros, pero con una repercusión inmensa en la opinión pública nacional y mundial, ya que el fin esencial de los soldados de portar sus armas, es proteger la vida de los colombianos.
Y en épocas electorales resulta asombroso que estas cosas pasen, sin una alusión muy precisa de los líderes políticos que llegan a los poderes legislativo y ejecutivo. Pero más aún, sin que el poder del elector se manifieste claramente. Necesitamos que lleguen al Estado personas que hagan una campaña atípica, que no se apoye en los genios del marketing electoral, ni en empresas especializadas en estrategia de comunicación – tan común en cualquier campaña política -. Que el líder por quién vamos a depositar nuestro voto, tenga intuición sobre cómo mejorar el contexto violento en que vivimos, que sea capaz de combinar el arte y la publicidad, que acuda a símbolos para despertar la indiferencia, unos por la maldad y otros por la ignorancia invencible. Que el líder carezca de maquinaria, aquella que aceitan la mayor parte de los políticos colombianos, para construir un movimiento que llegue a todos los corazones, y que en lugar de plata, lo que le sobre sean las ideas que necesitamos para ser felices, y que estas aunque no sean muy vendedoras, sirvan de pedagogía para formar al pueblo, sin distingos. Que sus consignas apelen siempre a la honestidad y a la transparencia. Que no ofrezca mercados, puestos, dinero, ni tampoco se explaye en promesas. Que su discurso llame a los colombianos a la confianza, a una nueva forma de hacer política. Que rechace acuerdos diferentes a los programáticos. Que rechace la corrupción, obviamente como promotora de la violencia y la desmoralización del Estado. Y claro, que los dineros públicos sean sagrados.
Es curioso que la mayoría de los colombianos no piense al votar en el fin esencial de la educación. Que es en conclusión, la de formar al ciudadano con sus obligaciones y su derechos, para construir una vida sin violencia, feliz, sin odios, y con el reconocimiento de que todos somos iguales, y cada uno comprometido a servir al otro, fundados en la compasión, como Jesús nos enseñó hace dos mil años, y aún no caemos en cuenta. Votar es mucho más que depositar un voto. Es, en esencia, lo que somos, o conscientes o indiferentes, o buenos patriotas o una masa informe de huesos apegados a lo corruptible y lo finito.

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