martes, 13 de abril de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 32

Uno de los valores que hay que cultivar contra la violencia es la honradez, para vivir feliz, sin deberle nada a nadie. Es lo honrado, lo real, lo genuino y auténtico, la buena fe, lo que nos enfrenta a lo deshonesto, lo falso, lo impostado, lo ficticio, lo violento. El principal punto de la honradez, es que expresa respeto por uno mismo y por los demás, se opone a la deshonestidad que no respeta a la persona misma ni a los demás, que es el carácter que muestran los violentos cuando delinquen contra el otro pensando que tienen el derecho de hacerlo. En cambio la honradez tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad y expresa la disposición a vivir en la luz. Por el contrario, la deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, el ocultamiento... En la selva, por ejemplo, como ocurre con el terrorismo en Colombia.
Hay un caso que nos muestra este don precioso de la honradez. Es un caso real. Me lo contó mi amigo de mesa en el sitio donde vivimos, relatado por su hijo, que viaja con frecuencia al Japón en trabajos relacionados con su profesión. Él cuenta lo siguiente:
"Hace un rato fui por un ponqué a la máquina que vende paquetes cerca de la oficina. Puse un billete de mil pesos y oprimí los botones C y 4. La máquina recibió el billete, abonó los mil en la pantalla y procedió lentamente a dejar caer mi ponqué, que en su caída encontró un paquete de maní salado, trabado a la salida de su ubicación y que, ayudado por mi paquete, cayó en la caja de entrega.
Deslicé la tapa y saqué mi ponqué y el paquete de maní. ¡Qué buena suerte! pensé, y recordé que esa máquina me había “robado” antes un paquete de maní. Volví a la oficina pensando que la vida da vueltas, que la ley de la compensación existe, que al final siempre recibimos lo que antes dimos, y cosas así. Me serví un café y llegué a mi mesa de trabajo con la intención de tomármelo con el ponqué, ¡y el maní! Le dije a mi vecino: Imagínate, nadie sabe para quién trabaja, la máquina esa me devolvió un maní que antes me había robado, ¡qué bueno! Y empecé a saborear mi ponqué muy satisfecho. Segundos después recordé un hecho muy simple que marcó mi vida, que ocurrió casi 20 años atrás, y que no he olvidado ni quiero olvidar.
Estaba en el Japón, era verano, la noche anterior había llegado muy cansado de una ciudad que estaba 4 horas al sur de Tokio, y me había alojado en un hotel que quedaba cerca de las oficinas mi cliente. Esa maña salí caminando hacia el edificio donde tenía una cita; llegué a la recepción y me anuncié. La recepcionista, una linda jovencita, me hizo saber en su perfecto japonés que quería un documento con foto. Busqué en mis bolsillos, busqué en mi maletín, ¡y nada, no había nada, ni cartera, ni pasaporte, ni tiquete de avión para mañana, ni dinero, ni nada! No puedo decir que me recorrió un escalofrío, no era para tanto, pero cuando recordé que la noche anterior había salido a caminar algo lejos del hotel, y que había hecho una llamada en una cabina telefónica, y que seguramente había dejado allí la cartera con todos mis documentos, y el dinero, me afané mucho. Al otro día debía viajar de regreso a Colombia, todo ya estaba en esa cartera y no podía recuperar nada antes de viaje."
"De alguna manera le hice saber a la joven que había perdido mis documentos y salí, ahora corriendo, no sé para qué, porque habían pasado más de 12 horas desde que estuve en la cabina telefónica, la noche anterior, y era poco probable que mis documentos estuvieran allí. ¡Efectivamente no había nada! ¿Qué esperaba? ¿El mundo al revés? ¿Acaso alguien que se encuentra una cartera con dinero en una cabina telefónica en la calle tiene que devolverla, a quién, cómo? Bueno, en ese momento llevaba más de 3 meses en el Japón, y ya había visto y ya había vivido algunos ejemplos de esa honestidad japonesa, que yo llamaba extrema. Di una mirada alrededor de la cabina y pensé: Si yo fuera japonés, y tuviera la obligación de devolver una cartera que no es mía, y que contiene dinero y documentos valiosos para su dueño, ¿dónde la dejaría? Al otro lado de un parque y una calle que separaban la cabina de una hilera de edificios, vi un hotel, no en el que me había alojado, sino otro muy elegante. Sin pensar mucho, me dirigí hacia allá. Fui hasta la recepción, pregunté por alguien que hablara inglés. Creo que esperé más de 15 minutos, al fin llegó un hombre, se excusó por su demora y me preguntó qué quería."
"Le expliqué la pérdida de la cartera y le señalé la cabina al otro lado del parque, lejos, donde creía que la había dejado. Él se dirigió a unos jóvenes que atendían la recepción y, como ocurre siempre en el Japón, les explicó algo que yo le había dicho en 30 segundos; nunca sabré qué sentidos desconocidos agrega al idioma japonés, que multiplica por 4 el tiempo requerido para expresar cualquier idea. Al rato, sin decir nada, el hombre desapareció en la oficina adjunta y se tomó su tiempo. Yo no sabía si regresaría, no sabía si la conversación había terminado, no sabía si ir a la policía para que me deportaran por no tener documentos. ¡Ah, tampoco tenía cómo pagar el hotel! Muchas cosas pasaron por mi mente, ninguna buena. ¡Y el pobre japonés no aparecía! Esperaba que dijera que me fuera, que no tiene mi cartera, y ya, ¡veré qué hago!"
"Al rato apareció con un sobre tamaño media carta, amarillo y con algo escrito en él. Me hizo ver que el sobre estaba cerrado, parecía decir: ¡Nada por aquí! ¡Nada por allá!, frase que utilizan los magos, y lo abrió pausadamente para que yo viera. ¡Apúrele!, pensé. De pronto empezó a sacar mi cartera. ¡MI CARTERA! Yo le dije que esa era, que gracias, que qué alivio; pero él no entendió nada porque lo dije en español. Me preguntó mi nombre, los números de algunos documentos, cuánto dinero tenía y otras cosas que no recuerdo. Para terminar quiso que firmara un papel escrito en japonés en el que reconocí una lista, porque las listas son iguales en cualquier idioma. Le dije que no, que no firmaría si no sabía lo que decía el papel. Me dijo que quién encontró la cartera en la cabina telefónica, escribió una lista de las cosas de la cartera, las puso juntas en el sobre y lo dejó en el hotel para que el dueño lo recogiera; y que quería asegurarse de que el hotel entregara todo a su dueño. Firmé, agradecí, salí a la calle, reí, lloré y me quedé con esa sensación que frecuentemente me producen los japoneses de que son gente de otro planeta, de un planeta mejor que el nuestro donde la gente es mejor y, sobre todo, la sociedad es mejor."
"Entonces, volví al presente, escribí en un papelito algo sobre que la máquina no entregó el paquete de maní a quién lo compró, que me lo entregó la máquina a mí por error, que no es mío, que es de alguien y que ese persona lo debe recibir. Fui a la máquina, pegué el maní con el papelito y quedé feliz. Confío en que quién retire el maní sea quién lo compró y confío en que haga lo mismo cuando se encuentre algo que no es suyo. Espero que no lo vaya a retirar algún “vivo”, uno que tenga como lema para su comportamiento eso de “papaya servida, papaya comida”, que piensa que todo lo se encuentre es suyo, que no tiene dueño y que eso no es robar." RIENZI RODRÍGUEZ.

Comparen ahora ustedes la diferencia de culturas, con la nuestra, y juzguen si no es necesario ser honrado para vivir feliz.

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