Mateo 10, 11-15. Misión de los doce. Mateo da instrucciones a los discípulos. Hay que informarse de quienes habitan en las casas a donde ellos vayan. Los judíos y los cristianos no se entienden bien. Si son mal recibidos en esas casas deben salir de allí. “Y si no se os recibe ni escuchan vuestras palabras, al salir de la casa o de la ciudad, sacudíos el polvo de vuestros pies.” Evidentemente, en el ámbito de la iglesia, existía tensión entre cristianos y judíos. Los jefes judíos aparecen como adversarios a Jesús. Y agrega Mateo una sentencia: Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.”
La sacudida del polvo de las sandalias tiene varios significados. No perder el tiempo pensando en lo negativo que les pasó. No juzgar. No guardar resquemor alguno. No hacer suposiciones al respecto. Echar para adelante, sin volver atrás. El camino sigue, y en él van a encontrar a los que si los reciben. “Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros.” ¡Y san se acabó!
Dios, además, da la paz a los que están con Él. Y la predicación de esa paz está dada para el pueblo de Israel que es el pueblo elegido. La renovación de la nueva fe en Jesús, está dada entonces, para la gente creyente en Él. Es para gente que va en la misma onda. Es el contexto de la palabra, ya que es con ella, que aprendemos el camino de Jesús. Y esto se produce en las sinagogas, en los sitios de enseñanza, a donde van judíos. Son las personas que van con el mismo “link”, (eslabón, vínculo, enlace). Hay que buscarlas y generalmente se buscan entre sí. Son afines.
En la misión de los discípulos hay momentos importantes, pues la predicación tiene etapas: lectura, meditación, compartir, oración y contemplación. Es el proceso que se sigue. Hay que permanecer en la misión, que desarrolla una itinerancia en donde debe haber momentos de permanencia. Hay que establecerse, porque la misión debe durar un tiempo.
En los momentos de la misión siempre empezamos por la lectura de la palabra, que es el ejercicio de escuchar o no ser escuchado. Recibido o no ser recibido. Aceptado o no ser aceptado. Todo esto es normal en el proceso de la predicación.
Es bueno recordar que los discípulos estaban en un medio donde todo el mundo se conoce. Como en los pueblos pequeños. Porque no es la macromisión, sino la micromisión. Es un contexto pequeño, digamos familiar.
También es bueno recordar que el pueblo de Israel aspira a volver a la época del rey David, (1000 A.C.) que es el rey ideal en el AT, y en el NT, el pariente lejano de Jesús reconocido por San Pablo (RM. 1,3), y el mismo Mateo (1,17). Digamos que esto está en el “link” que une a unos y a otros, judíos y cristianos.
Pero vemos que Mateo es muy fuerte en su discrepancia con los judíos, cuando habla de Sodoma y Gomorra, aludiendo al Dios castigador, que se hace más fuerte con ellos, cuando no escuchan el mensaje de Jesús. Este tipo de lenguaje es común en Mateo. Él es firme. De manera que ante el desarrollo posterior de la imagen de Dios, que establece Jesús, por ejemplo con el padre del Hijo Pródigo, donde Dios es paz y es amor. Nos parece entonces, que lo de Sodoma y Gomorra, es más una amenaza, una advertencia de peligro, que el regreso al Dios castigador del Antiguo Testamento. Resumiendo: es un tipo de lenguaje que se utiliza para lograr una respuesta.
Finalmente, Dios es la paz. Lo que Dios es, es lo que nos proporciona paz. Dios es suficiente para mí. No necesitamos más en el mundo que estar al lado de Él. Dios es amor puro, amor puro que da la vida por sus ovejas. Y quién está con Él, nada le falta. Santa Teresa de Ávila conecta la paz con el amor, en este verso que resume lo que es Dios para ella:
NADA TE TURBE…
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa;
Dios no se muda;
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quién a Dios tiene,
Nada le falta,
Sólo Dios basta.
Transcribo este verso que muestra también la presencia de la paz y el amor puro, en un Dios semejante al del NT.
ANÓNIMO
A JESÚS CRUCIFICADO
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido:
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No tienes que darme porque te quiera;
Pues aunque cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
NOTA: Ambos versos de principios del Renacimiento, siglo XVI.
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