La celebración de los 200 años tiene sus bemoles por motivo de la violencia. Los indígenas por eso dijeron que no tenían nada que celebrar. Con ellos hasta Felipe II se portó mejor, creando los resguardos. Toda la legislación republicana, en cambio, es violenta contra ellos. Lo que ha querido es cambiar lo que para ellos es la tierra. Que se vuelva dinero, que se pueda vender, muy lejos de lo que ellos entienden por tierra. Es decir transformar la tierra en plata. La tierra para ellos es sagrada, no se puede vender, permutar, arrendar. Gravísimo, porque para los Occidentales todo es la plata. Sí, para los Occidentales todo es plata. Para los indígenas no, porque la naturaleza es lo que forma sus vidas, y en ella está la tierra. Y sólo, además, hasta 1991 han podido hablar en el Congreso. Es decir, hasta entonces son ciudadanos colombianos, con todos sus derechos… y de eso hace sólo apenas 19 años. ¡Nada!
Yo entendí a los indígenas cuando un español me dijo que yo era vasco, por mi apellido. No, no soy vasco, porque la etnia es secundaria. Lo que forma el alma, o la persona, es la tierra. A mí no me pueden quitar la Sabana de Bogotá, ni Monserrate y Guadalupe, y cambiármelos por la Calle de Alcalá. ¡Ni de fundas! En eso los indígenas tienen toda la razón. Y es ahí donde está la crisis global, con el calentamiento de la tierra, con el efecto invernadero de nuestra vida moderna fundada en la plata y no en la tierra, o en la naturaleza. El amor y el cuidado que debemos tener para cuidarla. Ahora el panorama es grave. ¿Hasta cuándo tendremos agua? ¡Vaya el diablo a saberlo!
Es que la violencia la ejercemos no sólo contra los demás, sino también contra la propia naturaleza. Bueno, pero claro, sobre todo contra los demás. Por ejemplo todos los artículos sobre los 200 años de Independencia confirman la falta de cultura de paz de los colombianos, en el sentido de no ser indiferentes, o inconscientes ante el homicidio. El artículo que acabo de leer, termina así: “…el único ensayo que aún no se ha hecho, es el de 20 años de paz”, y figura en el artículo como lo único que cambiaría la celebración del bicentenario, en forma positiva. Tanto que sería dejar la apatía, la indiferencia y la inconsciencia, para ser como debemos ser, iguales todos ante la ley, respetuosos de cada uno de nosotros, todos con la misma emoción de bailar un bambuco, un porro, un paseo o un galerón. Y cantar ahí sí: ¡Qué orgullo me siento de ser colombiano! ¡Nos falta mucho! Lo lógico sería empezar ya… porque se está haciendo tarde. Y recordarles a los ególatras que los indígenas son más colombianos que los que tenemos ancestro extranjero… es decir, español.
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