Hoy no tengo nada en la cabeza sobre el tema de la violencia. ¡No sé qué hacer! Bueno resolví ir a Hacienda Santa Bárbara a leer un libro de Rimpoché y tomar un capuchino en Juan Valdez. Su título “El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”. Más de 500 páginas de letra. Y el tema central algo que la mayoría de la gente en Occidente no hace: ¡meditar! Increíble. Un tema que parece sencillísimo, mogollo, mamey. Pero en el fondo tiene sus bemoles. Uno no se cansa de ver alrededor de la meditación un misterio inacabable, nuevo cada día, profundo y a veces, hasta agradable, inclusive puede en su momento terminar con humor.
Nadie me lo cree, pero Dios es chistoso. Le fascina el humor, siempre y cuando uno actúe como un niño chiquito octogenario, cazando moscas humanas o corriendo por esos corredores de la vida pasada, en una vieja casa republicana de estilo afrancesado, en la calle 14 # 5-17. Aparece la Loca Margarita vestida de rojo, en el Parque Santander, gritando ¡viva el gran partido liberal! O Pomponio vagando por esas calles de La Candelaria, diciendo groserías, si uno le dice: ¿Pomponio quiere queso? Y además, llevando la correspondencia de un matrimonio, parado en el puente de la quebrada de San Agustín, en la Séptima con carrera quinta, diciendo: ¡Estas relaciones se jodieron! Frase que refuerza rompiendo con fuerza una invitación… No las rompe todas, para que le paguen el servicio. Y ve uno pasar al Bobo Tranvías, corriendo con vestido policial detrás de una Nemesia, de una Lorencita o de uno tranvía abierto, lleno de gente en el estribo lateral. Y vuelvo a abrir lo ojos, y me digo: ¿Esta es la impermanencia? ¡Sí, claro! No queda nada de entonces…
Cuando de pronto me tocan el hombro, y regreso a la actualidad violenta. Es Libardo, el embolador del centro comercial de Hacienda, quién se desinfla apenas me ve de tenis. Me mira el libro que llevo y sonríe y sigue corriendo, diciendo para sus adentros quién sabe qué. Le pido disculpas. Le explico que los tenis los uso porque tengo que caminar, con bursitis en mis rodillas. Y me quedo mirando el libro de Rimpoché, es decir en la olla.
Llegó al apartamento de vuelta. Pongo el minutero para que timbre a los 10 minutos. Y me siento en el zafú para meditar. Me imagino que soy un monte, como el Pionono en el Valle de Teusacá. Quedo de una sola pieza como la banda de Guatavita. Respiro profundo. Cierro los ojos por un momento, y cuando los vuelvo a abrir, me encuentro con la impermanencia. Todo se termina, se acaba. No sólo mis malos genios, mis resentimientos. Todo.
Me vuelven a tocar el hombro. Esta vez no es Libardo, sino Dios. Casi me desmayo. Y cuando recupero la serenidad, me hace una seña para tranquilizarme. La impermanencia es el mar me dice. Tú eres una ola. La ola sale del mar y regresa al mar. La impermanencia es eso, porque allí nada es permanente, por lo menos en la superficie, donde actúa el viento. Es mirar el oleaje del mar. La ola sale porque el espíritu creador tiene que hacerlo. No puede quedarse eternamente quieto. ¡No, qué pereza!
Dios se da cuenta que me disgustan sus tesis sobre que somos del mar, salimos de él y regresamos a él. Pero Él insiste que estas comparaciones son necesarias para entenderlo a Él. Es que mi problema, me dice, es que Yo no me veo. Y es evidente, si no haces un acto de fe, no me ves. Así de sencillo. Si supieras lo que me costó inventar la imaginación. ¡Fue terrible! No sabía cómo hacer para que ustedes me vieran… o mejor me entendieran. Se imaginaran como soy. Bueno, sólo tuve la acción de hacer comparaciones. Por eso la idea del mar es excelente.
Fíjate, Yo tengo que estar en todas partes. Metido en todo ser vivo. Quien quieras que veas, ahí estoy. Claro que el mar no lo explica todo, pero es una forma de explicar la impermanencia de las olas, y la permanencia del mar. Sí, ¿no me crees? El mar lo puedes ver como una totalidad, o como algo que en su superficie está lleno de olas impermanentes.
Y Dios me explica que el viento es la imaginación… es lo que produce las olas. Sí, me afirma, el viento me sacó de problemas. Bueno, y ¿tú que haces con ese libro de Rimpoché? ¡Ay! Padre eterno… es que no sé qué hacer para meditar sobre la violencia. Imagínese que es mi tema. Y este budista tibetano es un genio para llegar al interior de uno, por medio de siglos de práctica en ese arte de estarse uno quieto, respirando profundo y pensando en su Merced. O en su Persona, como dice en Boyacá.
¡Y Dios suelta una carcajada inmarcesible! ¡Y Oh júbilo inmortal! Me lleva de una al cielo, y me dice que el cielo no existe. ¿Sabes lo que existe? Ese zafú, en que estás sentado. Existes tú con esa cara de tonto. Y yo me pongo bravo. Pero el me tranquiliza. Mira, Ernesto, no te preocupes, el cielo no existe porque yo soy todo y estoy en todo. Diríamos que el cielo soy yo, y tú, la tierra.
Y Dios se fue. Claro que le tocó devolverse. ¡Ah¡ Sí, yo soy el mar y tú la ola… se me olvidaba. ¡Qué tipo tan cansón, caray! Y le pregunto: ¿Yo o Tú? ¡Ambos! Y se va, pero se queda.
Me encanto lo que dijiste en este articulo, hay que MEDITAR, es basico para la madurez espiritual por que ello nos lleva al encuentro consigo mismo que es adonde debemos llegar, hay, simplemente y llegando todo, todo lo demás llega por añadidura.
ResponderEliminarColombia, no esta acostumbrada a esto, es algo loco, nada que ver, por que donde se va a dejar la parranda, el tgrago, el vicio y lo demás, en este país no hay tiempo de eso, por eso esta donde esta, subdesarrollado.
Aprendí que en la vida debo seguir a mi corazón, pues es el unico que conoce la verdad, pues hay reside Dios. Solo quien ha vivido las experiencias sabe que esto y es grandioso.
Ayer vi una pelicula, Nelson mandela, sencillamente el fue un gran lider que motivo a todo un país a salir adelante.
Alguien dijo, somos los demás de los demás, yo soy tu y tu soy yo.
Gracias Ernestico por compartir estos articulos tan maravillosos!!! de verdad el mundo se ve mejor cuando hay personas como vos.