sábado, 21 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 66

EL BICENTENARIO
Doscientos años no son nada. Mirando otras civilizaciones nos parece que somos recién nacidos. Pero cuando abocamos el tema “jartísimo” de la violencia, encontramos la misma característica del ser humano, desde Adán hasta el siglo XXI. Seguimos en la misma vaina, y no encontramos un ejemplo que nos pueda iluminar el horizonte, para dejar este tema tan jarto.
Encontré en el “Diario de la Independencia” de José María Caballero una ilustración apropiada de las circunstancias de vida en 1810, por este personaje que nació probablemente en 1750, y murió al parecer antes de 1820, y a quién se le ocurrió escribir un diario, donde contaba tal cual y con cierto humor los acontecimientos de su época. Por desgracia fue censurado poco antes del primer centenario, cuando se publicó por primera vez en 1902, y se le quitaron las páginas del 20 de julio de 1810. ¡Qué pendejada!
Claro está que no es lo que nos imaginamos hoy, pues pasa de la independencia al coloniaje como una veleta, que no tiene aún una orientación definida. Pasa de festejar la posesión de Fernando VII, en 1808, a echar mueras al Rey. O bien, a criticar al “Longanizo”, como le decían a Bolívar, a ponderar sus triunfos.
Pero veamos cómo es el diario de Caballero con ejemplos concretos, no sólo de la forma como escribe, sino la manera como lo detalla: “1813. Viernes 5. Buen día. Esta tarde se deja ver hacia la parte del poniente un lucidísimo y particular horizonte, que en la hermosura de su luz competía con el día más claro; duró hasta las siete de la noche”. Caballero define su libro como: “…varias noticias particulares que han sucedido en esta capital de Santafé de Bogotá, Provincia de Cundinamarca, sacadas de varios cuadernos antiguos, desde el año 1743, arreglado lo posible en este año del Señor de 1813, tercero de nuestra transformación política, y primero de nuestra independencia absoluta, con algunos de los que han muerto en estos años y lista de virreyes y arzobispos, alcaldes y varios acontecimientos, por el ciudadano José María Caballero, subteniente de milicias de infantería de esta capital”.
Caballero habla de un temblor, posiblemente en 1819, citando a un cura de Fómeque, de lo que ocurrió en su parroquia en 1743: “…comenzó por debajo de la tierra un ruido tan grande que no se puede explicar su estruendo… cada uno de los terremotos grandes duraba el espacio de un miserere…”
En mayo de 1816 escribe: “… arcabucearon a un negrito que se llamaba Manuel María, por haber tenido una pendencia con un español y haber dicho que era patriota. (¡Alerta, que el ser patriota es delito de muerte, pero yo lo soy y lo seré aunque pierda la vida!)”. En 1818 escribe: “¡Así se cumplen los indultos generales, despedazando cruelmente el pecho tierno de esta heroína, de esta mártir de la patria, de esta constante e incomparable mujer!”, afirma hablando de Policarpa Salavarrieta.
Por esa misma época arcabucearon en la Huerta de Jaime, a tres negros y dos blancos, entre ellos a un tal Vásquez, del Socorro; después los colgaron en las horcas. “En el mes de julio también arcabucearon a Molano, chircaleño, que tenía buenos tejares. Cuando lo prendieron hicieron que su mismo hijo lo amarrase y lo trajese de diestro hasta la cárcel. Después de muerto le cortaron la cabeza y lo descuartizaron. La cabeza la pusieron en San Diego y los cuartos traseros en los demás caminos de San Victorino, Las Cruces y Santa Bárbara. Lo llamaban Juanchito Molano.”
Lo que hace importante a Caballero consistió en que por su posición, podía mirar tanto a los altos españoles y chapetones criollos, como a los pobres, a muchos de los cuales menciona con sus nombres.
En septiembre de 1818, Caballero cuenta que entró el capitán de fragata, don Juan José Pando y Sanllorente, el que traía los pliegos para lo que se había de hacer, tocante al juramento de Fernando VII como rey. Se hizo la reunión del virrey y oidores, se dijo misa de gracias al Espíritu Santo, y “…salieron todos ya con escarapela en el pecho, con la figura de Fernando VII”. Desde ese día comenzaron a usar la escarapela los clérigos, las monjas, monaguillos y colegiales. Los seglares en el sombrero y las mujeres en el brazo izquierdo y en los sombreros.
Pero además de que se amaba la independencia, y se respetaba la imagen del rey Fernando, las noticias llegaban tarde. Por ejemplo se lloraba por la prisión de María Antonieta, cuando ya le había cercenado la cabeza. Julio Flórez, (1867-1923), chiquinquireño, decía que todo nos llega tarde, hasta la muerte, en alusión a un contexto que no tenía la velocidad que tienen las noticias actualmente.
Entonces, hay que tener presente que la independencia nos llegó lentamente, inclusive festejándola al tiempo con el rey. Y aún hoy, nos falta para ser independientes, con raíz en la tierra y conscientes de la naturaleza que tenemos.
Pero es triste saber que todo nos llega con la violencia. Dice Gabriel Restrepo, quién presenta el libro de Caballero: “La independencia más allá de sus pasajes normales, abunda en terror, y no sólo por el momento de la reconquista, llamada así la época del terror. Colombia no es descriptible sin mencionar el terror: el de la conquista, el de la independencia, el de tantas guerras. Pasión pura”. Quién sabe hasta cuándo andaremos errados en nuestra relación con los demás. Sin mirar a nuestro interior. Sin conocer el amor puro. Sin el deber como colombianos de amarnos de verdad, conscientes de la naturaleza que recibimos. Entre otras cosas, la más diversificada del mundo, con tres cordilleras, seis vertientes con toda clase de flora y fauna. Dos valles, el del Magdalena y el del Cauca. Unos Llanos Orientales inmensos. Y una pluralidad en raza y cultura maravillosas. ¿Será que seguiremos pensando en el rey de España? ¿Será que nunca vamos a usar la compasión, el amor por lo propio, el tener raíz en nuestra tierra? Seguramente, lo hagamos cuando aprendamos a vivir felices… y nos quitemos la escarapela que inconscientemente aún la llevamos en el alma.

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