miércoles, 18 de agosto de 2010

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 65

LA GOTA DE AGUA
Hay muchos temas que han venido de Oriente a mejorar nuestro interior dolarizado y materialista. Pero hay uno que no he podido digerir bien. Se trata de la reencarnación, tema que encontré en El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, de Rimpoché. Me imaginaba encontrarme con alguien hablándome de sus 14 reencarnaciones, que había consignado en 14 extensos volúmenes, mientras yo lo miraba como un bobo, o mejor, como un imbécil, sin entender lo imposible.
Y yo, luego de sacudirme lo que tengo de pendejo, me supuse lo que viví de niño, precisamente viendo a uno de ellos que estaba cerca mirando algo que él no había visto en la vida: una gota de agua, imagínense. O la llama de una vela. O una hormiga. En fin. Uno nace sin saber nada de nada. Inclusive uno aprender a sentir dolor, hambre, reír, todo… por primera vez. Luego hay algo incontrovertible en el inicio de la vida, que podríamos llamar el primer karma. Lo que queda luego de haber cogido la gota de agua o metido el dedo en la llama de una vela, para ver qué es eso tan raro.
Bueno, me dije para mis adentros, dejemos la reencarnación para cuando ocurra, y no antes. Y menos hablar de ella, inventando un cuento. Dejemos pues a los Orientales con su tema. Porque el nuestro es ahora. Cuando tenemos que partir de la gota de agua. Rimpoché nos trae para ello la necesidad de un maestro. Es decir un maestro que sepa, o que haya sentido lo que es una gota de agua o la llama de una vela, para que nos diga cómo es la cosa.
Para los cristianos el maestro es Jesús. Ahí está Él. Es muy simple: Amad a los enemigos… y si no los perdonamos, no entraremos en el Reino de los Cielos. Son apenas dos experiencias que muchos viejos no hemos podido experimentar, porque no tenemos interior. Bueno, interiores sí, pero interior no. Me refiero a eso que aparece cuando cerramos los ojos, y nos sentamos quietos y respiramos concentrados. ¡Ah! ¿Ese es el interior? Sí, ese es. No lo puedo creer, pero es así. Los Orientales lo descubrieron hace tiempos. Diría que milenios. Pero los Occidentales no.
No me explico a qué se deba. Es posible que el culpable sea Descartes. Cuando todo lo reducimos a pensar: Pienso luego existo. Hace una referencia muy personal, y como el subconsciente es más grande que el consciente, se quedó la cuestión en pensar dentro de los límites materiales que maneja el subconsciente. Como son las sensaciones, el hambre, el sexo, la furia, el resquemor, la envidia, comer impulsivamente, tomar trago, droga, en fin.
Y el caso es que no hemos mirado desde nuestro interior una gota de agua por primera vez. Nuestro maestro Jesús nos avanzó, nos llevó muy lejos. Pasó de las cosas simples, como la gota referida, al perdón.
Rimpoché agrega a la necesidad de tener un maestro que nos encamine, el hecho de tener devoción y respeto por lo que dice nuestro maestro. Traducido a una palabra más cierta, la devoción es el amor puro por la palabra de Jesús. De manera que no solamente es leer la Biblia, sino que leída, penetre en nuestro interior, a esa parte de nuestra mente que llamamos consciente, y que a nuestro subconsciente Occidental le parece espantoso. (¿Perdonar al enemigo? ¡Guuaaaooo!)
Y ahí está el origen de la violencia. Se origina porque contradice el sentido de la vida, cuando es un bien sagrado y no, un miasma de odios, y presunciones, que se dan en el subconsciente cartesiano, individualista, amante de lo material. De espaldas a la naturaleza, que es lo mismo que estar de espaldas a Dios, el Creador. Aquel que hizo todo, y que nos mandó un maestro para que manejara nuestro interior, lejos del consumo y la globalización, pues por su importancia llegamos con ese interior a la verdadera felicidad de amarnos, sin cortapisas, ni arandelas. Dentro de lo que Él llamó la palabra, que es el camino y la vida.
Desde luego, no todo es negativo en Descartes, claro. La paz del mundo reside en la formación interior, y para ello tenemos que acudir a pensar, luego existo. El único detalle importante para lograrlo, es cómo encontrar los valores en nuestro interior, y no afuera, donde está lo finito y corruptible. Sentir el alma unida a nuestra naturaleza, y cuando abramos los ojos, nos encontremos con la otra naturaleza divina: una flor, una ave, un cielo, una nube, un río y una mar.

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